Danza llameras de Haquira

 La danza llameras de Haquira es una expresión cultural de raíces antiguas y enigmáticas, enriquecida por el mestizaje andino y distinguida por su singularidad respecto a las danzas de los pueblos vecinos. Representa a los llameros acaudalados, cuya vida gira en torno a la crianza de llamas y el comercio de sus productos. Su atuendo es una amalgama de elementos tradicionales que narran su historia y oficio. Las llameras, jóvenes en edad casadera, encarnan la feminidad y la tradición en sus vestimentas. El machu o alcalde guía y protege la danza, ejemplificando autoridad y liderazgo. La danza se ejecuta en parejas al compás del arpa y el violín, en honor a la virgen de Cocharcas y, más recientemente, a la virgen de Asunta de Mayumbamba. Esta celebración se lleva a cabo cada 15 de septiembre en el distrito de Haquira, bajo un sistema organizativo de mayordomías. La danza es una fenomenal área de estudio antropológico, reflejando la riqueza cultural y las complejas relaciones humanas y materiales en los Andes. Su evolución a lo largo del tiempo ilustra la habilidad humana para amalgamar lo antiguo y lo nuevo, creando una expresión artística única y conmovedora.

La danza llameras de Haquira se revela como un fenómeno cultural profundamente arraigado, cuyos orígenes yacen en la bruma del pasado, envueltos en un manto de misterio y antigüedad. Esta expresión dancística atestigua la capacidad de adaptación y evolución que ha experimentado a lo largo de los siglos, enriqueciéndose a través del mestizaje andino y adquiriendo una identidad única que la distingue de las danzas de los pueblos circundantes.

En el corazón de esta danza, los personajes encarnan a los llameros acaudalados, cuya existencia gira en torno a la crianza de llamas y el negocio del arreo. En tiempos remotos, estos individuos eran los únicos en aventurarse hacia las zonas de selva y costa, en una empresa de intercambio que iba más allá de lo material. Fibra y carne de sus camélidos, tejidos y plantas medicinales eran trocados por sombreros de paja, aguardiente, frutos, maíz, calabaza y otros productos occidentales, forjando así un vínculo tangible entre mundos aparentemente distantes.

El atuendo del llamero es una sinfonía de elementos que narran su historia y oficio. El sombrero de paja, el terno occidental y el poncho rojo tradicional, atado a la cintura, son vestimentas que evocan una tradición arraigada. El ch'uku, un velo que cubre el rostro, despliega los colores de la cruz andina, mientras que la lliklla (manta) colorida, cruzando espalda y hombro, se convierte en un testamento visual, con sogas de fibra de alpaca colgando como una extensión de su ser.

Las llameras o imillas personifican a la juventud femenina en edad de casamiento. Sus atuendos delicados, desde la montera hasta el velo que cubre el rostro, la blusa de colores vivos que armoniza con la pollera haquireña, y los botines de cuero, danzan en una sinfonía visual de tradición y feminidad. La lliklla colorida se convierte en un receptáculo de ofrendas y manjares para los danzantes, cargando consigo el fiambre de la ceremonia.


El machu o alcalde emerge como la figura central que guía y protege la danza. Ataviado en un terno negro y envuelto en una capa que se despliega desde el cuello hasta el suelo, su presencia exuda autoridad. El casco negro, el látigo y la revista de adultos, elementos que porta, subrayan su papel como líder de la danza.

La danza llameras se despliega en cuatro parejas de hombres y mujeres, dirigidas por el machu o alcalde. Los compases del arpa y el violín marcan el ritmo de esta representación que rinde homenaje a la virgen de Cocharcas, y más recientemente, a la virgen de Asunta de Mayumbamba.

Cada paso, cada coreografía, cada ritual, es una escenificación viva de los pobladores de las alturas, dedicados a la crianza de llamas. La llegada de los llameros al altar de la virgen, el cruce de hondas y lanas recién tejidas, todo ello se convierte en un testimonio palpable de una vida arraigada en las montañas.

La actuación culmina en un momento de reverencia a la virgen, donde se ofrece pleitesía. Posteriormente, descienden a un lugar más bajo del estrado para realizar el ritual de pago a la tierra, compartiendo una ofrenda que va más allá de lo material: fiambres, licor, golosinas, frutos secos, plantas medicinales y la cabeza de llama sancochada conocida como "uman kusa".

La danza llameras de Haquira emerge como un fascinante campo de estudio antropológico, una ventana hacia la riqueza cultural y la complejidad de las relaciones humanas y materiales en la región andina. Su evolución a lo largo del tiempo es una narrativa viva de adaptación y cambio, un testimonio de la capacidad humana para fusionar lo antiguo con lo nuevo, creando así una expresión única y conmovedora.




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